Todo buen dominicano debiera sentirse feliz cada vez que en una posición del Estado dominicano se designa a un técnico con toda la capacidad necesaria, en vez de a un activista político cuyo único mérito para dirigir una oficina estatal es su esfuerzo para llevar al poder al presidente de turno.
Resulta evidente que una persona sensata, que paga sus impuestos, desea que el Estado sea manejado de la mejor manera posible, pues de ese modo se asegura la mayor felicidad de la nación.
Sin embargo, en nuestro pueblo puede más la recompensa por el trabajo político que la eficiencia en el manejo en los asuntos públicos y entendemos casi como una afrenta el hecho de que no se designara a “alguien que trabajó” para colocar a alguien competente.
Es cierto que entre los que colaboraron con la campaña hay personas con la capacidad para desempeñar funciones en el Estado, pero los que tienen la capacidad también traen el “familión” político que nombrar en el Estado y las “mañas” del quehacer político nuestro.
Si lográsemos cambiar esa cultura, el salto cualitativo que daría nuestro pueblo sería extraordinario.